martes, 21 de octubre de 2014

Las sinfonías del tiempo (parte 2)

Dicen entre susurros los murciélagos que la nostalgia a veces llega a convertirse en una necesidad cuando has abusado de ella. Como si de una droga se tratase. Que el abuso fuera voluntario o no, muchas veces llega a no importar demasiado. Perfectamente podría ser algo impuesto por los demas o algo impuesto por tí, pero en ambos casos atrapa el alma.

Y Sigurd había sido adicto a ese sentimiento desde hacía un par de años. Adicto y ademas víctima de tal sentimiento. Demasiadas cosas habían pasado desde aquél día en el banco, hacía aún mas tiempo que desde que empezó a experimentar la nostalgia. Años enteros de cosas positivas, de música, de felicidad, pero tambien de cosas trágicas. Nunca se lo esperó, ciertamente. Eran una pareja muy sólida, y el amor que sentían era mutuo. Pero esa tragedia les había separado, y él iba cada quince del mes a su lugar. Al lugar que ellos iban a ver las estrellas. No era un lugar precioso. Era una plataforma de hormigón con una tapa de acero que posiblemente fuera la puerta a algún extraño desagüe. Pero para ellos, era su rincón y podían ver las estrellas juntos. En todo ese tiempo, ella no había aparecido ni una sola vez. Y la imaginación que tenía le golpeaba ferozmente atormentando sus recuerdos mientras de vez en cuando, unas cuantas lágrimas le inundaban los ojos y estallaba entre el dolor y la añoranza. Era su amor. Eran tan para cual. Y lo eran porque no necesitaban siquiera pedirse algo para ofrecérselo. Esos pensamientos eran los que le impedían rehacerse. ¿Para qué iba a rehacerse? Él tenía muy claro que la quería de esa manera solo a ella. No había otra chica igual para él. Pero tras tanto tiempo, se preguntaba si ella hubiera hecho lo mismo, esperar hasta que por algún milagro del destino, se volvieran a juntar.

No se lo dijo a ella, pero estuvo cogiéndola de la mano todo el tiempo que se recuperaba de su transplante. Nunca había dejado de observarla a pesar de no verla siempre. Y ella, sin que él dijese nada, lo sabía. Arantzazu no era tonta y sabía de sobra lo que él seguía sintiendo. Pero era ella quien le había dejado. Se maldecía de continuo reprochándose que él estaba sufriendo, y quería poder aliviarle el sufrimiento, y de paso también acallar el suyo. Pero cada vez que creía que tenía fuerzas, se le iban solo con imaginarse una negativa. No era inmune a los fracasos, y menos aún a uno tan estrepitoso en caso de que ocurriera. Ella también sufrió. No le dejó porque no le quisiera. Le dejó porque le quería tanto que el solo hecho de pensar en que podría hacerle daño la estaba matando aún mas que los motivos que la incitaron a cortar. Y ella lloraba muy amargamente también.

Mientras Sigurd desenroscaba el tapón del brick de Bifrutas Tropical, pensaba de nuevo en las bonitas tardes que pasó allí, sentado junto a ella y bebiendo lo mismo que estaba derramando dentro del cuerno. Era casi un adicto a su soledad. Al menos él se lo creía, ya que su situación no le parecía que fuera a cambiar. Soñar con esos bonitos días le hacía sentir que hubo un tiempo en cual él mereció la pena. Merecer la pena. ¿Merecía la pena su sufrimiento? Esta pregunta acabó por surgir, pero la ignoró completamente. Pensó perfectamente que si que merecía la pena, y que por ella esperaría incluso cuando ella ya le hubiera olvidado. ¿Por qué no? No quería hacer otra cosa. Miró a su alrededor después de llenar el cuerno, por si acaso, y al ver que no había nadie, bebió de nuevo aquél néctar, en la soledad de la noche. No le había siquiera implorado a los dioses en sus ruegos que ella volviera, porque sentía que si tuviera que volver con ella, se buscarían sin necesidad de que los dioses les ayudasen, o que la magia interviniese, ya que quería que fuera algo natural, algo entre los dos. Así que recordando tiempos mejores, bebió del cuerno y mientras tragaba, lloró. Era un llanto nervioso, como el de un niño, pero lo acalló para no estropear el silencio, forzándose.

Pero entonces, junto a él, una silueta oscura por la noche se había sentado y miraba al cielo estrellado. Al girarse y mirar, la cara de Sigurd se llenó de un increíble asombro, el cual, a pesar de todo, no terminaba de mostrar esperanza. Ella dejó de mirar a las estrellas y le sonrió, radiante. Trataba de disimular el hecho de que ella también estaba muy nerviosa.

- Hacía mucho que no veíamos juntos las estrellas...- dijo ella mirando de nuevo al cielo- ¿Verdad?
- Para mi ha sido demasiado tiempo- dijo Sigurd mirando a su vez al firmamento también.
- Bueno...- dijo ella entristeciendo el tono de voz- La verdad es que a mi también se me ha hecho muy largo.

Las respuestas, pensaba Sigurd, quizá llegasen al mismo tiempo que las preguntas. Pero... ¿por dónde empezar? Estaba convencido de que quería las respuestas, pero quizá las preguntas no fueran las adecuadas. O quizá ni siquiera tuviera nada pensado, no se lo esperó siquiera. Su pensamiento era que ella estaría en su casa, relajándose de la tensión que tuvo que vivir tras el operatorio. Pero había ido con él.

- Arantxa... tengo tanto que...
- Perdoname por cortarte- dijo poniendo un dedo en los labios de Sigurd- Pero siento que esta vez debería hablar yo.

Tratando de evitar llorar, Sigurd miró al suelo, sin siquiera poder sonreir. Pero si hubiera podido mirarla, hubiera visto que ella tampoco podía mantener la mirada.

- Se... se que te he hecho mucho daño- dijo casi al borde del estallido- Y no quiero que eso vuelva a pasar, así que... me quiero arriesgar con una cosa.- sacó de su bolsillo un martillo de plata. Un martillo que Sigurd reconocía muy bien. Siempre lo llevaba puesto desde que se lo regaló. Y al principio no supo como reaccionar- Pero te tengo que hacer esta pregunta. Bueno... si me sale hacerla... porque...
- Tranquila- dijo Sigurd en un arrebato de confianza que no supo de donde había salido- Te responderé a lo que sea.
- ¿Quieres... quieres casarte conmigo?

La pregunta hizo enmudecer de alegría a Sigurd, que lloró por fin presa de la emoción mientras se abrazaba a ella. Ella no pudo soportarlo mas y tambien lloró, y cuando soltaron el abrazo, ese abrazo que había sido el candado de muchas cosas y el pistoletazo de salida de otras, Sigurd recobró la compostura.
- Si quiero, Ara. Llevo esperandote aquí cada día 15 de mes.
- Oh, Sigurd- dijo ella cogiendo sus manos- Lo siento, de verdad. Se que te he destrozado todo este tiempo y que no tengo perdón, pero...
- No digas eso, por favor. Hay esperas que merecen la pena.
- No me merezco que aceptes- dijo mientras las lágrimas caían de sus ojos.
- Eso no me importa. He aceptado porque mi amor por tí sigue aquí dentro de mi.

Sin dejarle decir nada mas, los labios de Arantzazu se unieron a los suyos en una profunda pasión retenida por el paso de los años. Era como si el tiempo hubiera congelado el pasado, un pasado en el cual el uno al otro se entrelazaban por el corazón y se miraban con ternura. Arantzazu colocó el martillo en el cuello de Sigurd y este hizo lo mismo con el ankh que ella tiempo atras le había regalado. No necesitaban decirse nada. Y entre miradas, besos apasionados y caricias, ellos solos llegaban a entenderse sin siquiera tener que hablar. ¿Quien necesita palabras cuando el corazón está hablando? Eso mismo pensaron ellos.

- Por cierto, si quieres venirte a mi casa estas invitado- dijo ella mientras jugueteaba con sus dedos- Ya sabes que odio dormir sola.
- Sigue gustándote dormir en cuchara, ¿verdad?- dijo él sonriendo
- Solo si es contigo. Se que no te lo vas a creer, amor. Pero desde que no estuviste hasta ahora, nadie ocupó tu lugar. Nadie.
- Tampoco nadie ha ocupado tu sitio.- dijo Sigurd mientras ambos sonreían como tonto.

Mientras recorrían el camino, ese familiar camino por la universidad, Arantzazu se giró y le abrazó furtivamente mientras él la rodeaba con sus brazos.
- Ni siquiera te extrañas, ¿verdad?
- No. Estamos unidos incluso en los pensamientos.
- Te amo. Aunque no estuviera junto a ti te he amado y te sigo amando. Y ya estaba bien de evitarte.
- Puedo entender tu postura, amor, no pasa nada.
- Te prometo que no voy a volver a irme nunca.
- No hace falta que me lo prometas, porque te creo.

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